Durante demasiado tiempo, en Canarias, nuestro querido hogar, se ha instalado una desconfianza casi cultural hacia la idea de crecimiento. Como si prosperar fuera una amenaza, y no una oportunidad. Las discusiones sobre el desarrollo económico conveniente suelen derivar en un dilema moral, cuando en realidad deberían centrarse en un problema de gestión y de prioridades. Crecer no es un capricho neoliberal ni una concesión a la especulación; es una estrategia imprescindible para mejorar el bienestar de los ciudadanos, sostener los servicios públicos y reducir las desigualdades que lastran a las Islas.
En el Reino Unido, atendiendo a las circunstancias peculiares de ese país desarrollado que nos envía millones de turistas cada año, una nueva generación de emprendedores, tecnólogos y analistas ha lanzado el movimiento Looking for Growth, una línea de pensamiento que viene definida por una convicción sencilla: el estancamiento no es destino, sino síntoma. Su mensaje, basado en superar el miedo al crecimiento y recuperar la ambición de prosperar, tiene un eco evidente en la realidad canaria. También aquí, la falta de dinamismo productivo, la lentitud administrativa y el bloqueo de las inversiones públicas y privadas han derivado en un malestar social difuso. No porque falten recursos, sino porque sobran trabas. No porque falte talento, sino porque escasea la voluntad política de transformar estructuras que perpetúan el atasco.
El Archipiélago no puede resignarse a vivir de la renta turística ni a sostener su economía sobre un sistema que genera desigualdad y precariedad. Canarias necesita un nuevo impulso de desarrollo, inteligente y sostenible, capaz de combinar la iniciativa privada con la acción pública en un marco de planificación compartida. No se trata de crecer a cualquier precio, sino de hacerlo con propósito, con dirección y con un modelo que priorice la productividad, la innovación y el bienestar social. Para ello, urge fijar un rumbo común y una hoja de ruta exigente. La propuesta de articular un nuevo Plan de Desarrollo de Canarias, con rango de ley aprobado por el Parlamento autonómico, podría ser el instrumento adecuado para encauzar ese esfuerzo colectivo. Un plan que, siguiendo esta propuesta británica, combine el debate público con la participación experta, y sobre todo, que establezca plazos de ejecución vinculantes. Porque el gran obstáculo de Canarias no es la falta de ideas, sino la incapacidad para llevarlas a cabo a tiempo. Ese plan debería concentrarse, como punto de partida ampliable, en cinco grandes ejes de actuación, que nos parecen irrenunciables.
El primero son las infraestructuras energéticas, esenciales para diversificar las fuentes de generación, mejorar el suministro y reducir la dependencia exterior, porque sin seguridad energética no hay economía moderna que pueda competir. El segundo serían las infraestructuras de transporte, tanto terrestres como portuarias y ferroviarias (esos trenes de Tenerife y Gran Canaria), que garanticen la conectividad interior y exterior de las Islas. Sin una red eficiente de movilidad, el crecimiento se ahoga en colas, sobrecostes y pérdida constante de competitividad.
El tercer eje es la vivienda, hoy el mayor problema de accesibilidad social y territorial que enfrenta Canarias. Con suelo disponible pero no operativo, sin planificación clara y sin colaboración público-privada, seguiremos expulsando a las familias de sus barrios y a los jóvenes de su propio futuro. El cuarto eje debe ser el agua, con la construcción y modernización de las infraestructuras hidráulicas que permitan afrontar la crisis hídrica, impulsar la reutilización y poner fin a los vertidos vergonzantes que degradan nuestro litoral. Y el quinto, las infraestructuras sociosanitarias, indispensables para atender a mayores y dependientes en una sociedad que envejece rápidamente. Insistimos en que se trata de un listado abierto a más propuestas, pero pocos pondrán en duda que estos cinco elementos deben formar parte de este nuevo trato para actualizar la capacidad de crecimiento y servicios a los ciudadanos que precisa Canarias en este momento de su historia.
Lo decimos así de claro porque estos cinco frentes resumen el desafío del desarrollo según el, por utilizar un concepto muy en boga que compartimos sin fisuras, modo canario: se trata de combinar inversión pública y privada en proyectos estratégicos, ejecutados con eficiencia y transparencia. No se trata de multiplicar obras ni de repetir modelos del pasado, sino de activar una nueva cultura de gestión, donde cada proyecto se mida por su impacto real sobre el bienestar y el empleo.
La clave estará en el tiempo. Cada año de retraso en la tramitación de un expediente, en la redacción de un proyecto o en la adjudicación de una obra es un año perdido para los ciudadanos. No solo nos cuesta tiempo, también cuesta dinero. La burocracia canaria ha convertido la ejecución de los proyectos en un laberinto. Y sin ejecución, no hay transformación posible. Esta es una realidad patente, asumida como una especie de maldición, que todo el mundo comenta, pero que nadie arregla. Por eso, más allá de los debates ideológicos, que son legítimos, el crecimiento inteligente debe ser asumido como una responsabilidad cívica. Un pacto entre instituciones, empresas y sociedad para superar la inercia del “no se puede” y recuperar la confianza en la capacidad de hacer.
Canarias no necesita más estrategias, sino más resultados. Crecer no es incompatible con proteger el territorio ni con preservar el paisaje. Al contrario: solo una economía fuerte puede garantizar la conservación del entorno y la financiación de los servicios públicos que sostienen la cohesión social. Solo la generación de prosperidad puede redistribuir después de un modo eficiente y justo, ofreciendo una igualdad de oportunidades real, basada en el esfuerzo, el mérito y el compromiso.
Desde este editorial pedimos liderazgo, ambición y realismo. Pero, sobre todo, pedimos determinación. La misma que permitió a generaciones anteriores convertir un territorio fragmentado y escaso en recursos en una sociedad moderna, abierta y democrática. Si en los años ochenta y noventa, con el nacimiento del autogobierno en democracia, Canarias fue capaz de modernizarse con infraestructuras básicas y un modelo turístico de vanguardia, hoy tiene la oportunidad y la obligación de dar el salto hacia una economía diversificada y tecnológicamente avanzada. Pero el crecimiento no es el enemigo. El enemigo es la resignación.