Durante demasiados años, España (y Canarias de forma especialmente intensa) ha vivido atrapada en una cultura política y administrativa que podríamos describir como “mentalidad de la escasez”. Un modo de pensar que se expresa en cada debate sobre vivienda, energía, territorio o infraestructuras. En lugar de preguntarnos cómo producir más bienestar, más oportunidades y más futuro, solemos encerrarnos en el laberinto de lo que no se puede, lo que no debe, lo que no toca, lo que “ya veremos”. Esto último es un verdadero endemismo de las Islas, es proverbial nuestra habilidad para la demora. Y, siguiendo a rajatabla esa cultura, ese modo de “no hacer las cosas”, la parálisis se ha convertido en una forma de prudencia. Y la escasez, en una identidad asumida.
Desde Estados Unidos, dos pensadores audaces como Ezra Klein y Derek Thompson han planteado un marco alternativo: ellos lo han bautizado como la Teoría de la Abundancia. Un recordatorio de que el progreso no se logra restringiendo, sino construyendo, y no sólo físicamente, sino en el terreno de las ideas. Y ese enfoque debería sacudir las bases de nuestro debate público. No porque sea un eslogan modernizador más, sino porque ayuda a explicar por qué problemas que parecen irresolubles -como el acceso a la vivienda o la energía limpia- se han convertido en auténticas patologías de nuestro sistema institucional
La vivienda es el caso más evidente. España necesita construir unas 175.000 nuevas viviendas al año para atender la demanda generada por su demografía y su economía. Si nos centramos en las necesidades de Canarias, la cifra debería rondar las 10.000, pero las Islas ni siquiera alcanzan las 3.000 nuevas unidades habitacionales cada año, por la rigidez burocrática y la fragilidad en el sector de la construcción. Sin embargo, seguimos gestionando el urbanismo como si el principal riesgo fuera permitir construir demasiado. El resultado salta a la vista: un mercado tensionado, un alquiler inasumible para demasiadas familias trabajadoras y una generación joven que no puede emanciparse. Ezra Klein lo resume con crudeza en sus escritos: no basta con regular el mercado; es imprescindible producir más. Producir vivienda asequible, vivienda pública, vivienda sostenible. Construir, no solo vigilar. Y hacerlo con mayor determinación y ambición política.
En las Islas, de hecho, esta reflexión adquiere una dimensión aún más urgente. Con un territorio limitado, un crecimiento poblacional sostenido y un modelo económico que convive con la presión turística y el encarecimiento estructural, la vivienda se ha convertido en el principal factor de desigualdad social y, cada vez más, en un factor de conflictividad política. Por eso, aplicar la Teoría de la Abundancia aquí no significa replicar enfoques peninsulares, sino adaptar ese marco a nuestras singularidades. La abundancia, en nuestro caso, no puede ser un despliegue indiscriminado de suelo, sino una estrategia integral: acelerar licencias, rehabilitar a gran escala, movilizar suelo público, recuperar edificios infrautilizados y asegurar que la vivienda protegida se convierta en un pilar estable y no en una anécdota estadística.
La Administración, como recuerda Klein, debería recuperar su papel constructor. En España, y aún más en Canarias, eso implica abandonar la cultura del miedo a decidir. En demasiados ayuntamientos y consejerías, la mejor manera de evitar problemas es no autorizar, no tramitar, no avanzar. Pero gobernar es elegir, y elegir supone asumir riesgos. Lo contrario es dejar que el mercado de la escasez y la inercia hagan su trabajo: expulsar a los residentes de sus barrios, encarecer el acceso a la vivienda y dañar el tejido social que sostiene a las ciudades.
La abundancia no es, ni mucho menos, un llamamiento al crecimiento sin límites. Es una defensa del progreso responsable. Y en un territorio frágil como el nuestro, eso significa construir mejor, racionalizar mejor, equilibrar mejor. La pregunta clave no es cuánta vivienda más debemos permitir, sino cuánta vivienda asequible necesitamos para garantizar que nuestra sociedad siga siendo viable. Cuántos hogares más son imprescindibles para que jóvenes formados no tengan que emigrar. Cuánta energía limpia debemos producir para reducir nuestra dependencia exterior. Cuántas infraestructuras debemos mejorar para que el Archipiélago siga siendo competitivo en las próximas décadas. O sea, cuánto de nuestro futuro estamos dispuestos a seguir aplazando.
Canarias necesita una agenda de abundancia propia. Una que entienda que rehabilitar es tan importante como construir. Que la cooperación entre administraciones es un deber, no una opción. Que el urbanismo no puede ser eternamente un territorio litigioso. Que el suelo disponible debe gestionarse con inteligencia y no con miedo. Que el interés general no puede quedar secuestrado por burocracias que duran más que las necesidades sociales que deberían atender. Los beneficios de este cambio de mentalidad son evidentes: más actividad económica, más empleo estable en la construcción y la rehabilitación, alquileres más accesibles, barrios que recuperan vida, jóvenes que pueden quedarse y formar proyectos propios, un parque residencial energéticamente eficiente y una política pública que vuelve a mirar hacia adelante
La Teoría de la Abundancia nos invita, en definitiva, a recuperar una ambición perdida. Canarias no puede permitirse la indolencia. Porque los isleños hemos sido capaces, en momentos decisivos de nuestra historia, de transformar limitaciones en oportunidades. Hoy, el desafío es similar: abandonar el miedo a hacer y apostar por la posibilidad compartida de vivir mejor. Como escribe Ezra Klein, la abundancia no es exceso: es futuro. Y ese futuro, aquí y ahora, exige menos excusas y más acción. Porque la escasez es un círculo vicioso, pero la abundancia es una decisión política. Y Canarias no puede ni debe esperar más.