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El editorial del domingo en La Gaceta de Canarias: ‘Desafección’

La gran deriva: cuando los ciudadanos dejan de creer porque los “jefes” pierden el rumbo

El ciudadano cada día se siente más engañado por políticos (de todo signo) por periodistas (cuando las empresas de este sector no tenemos la capacidad económica de independencia) por la falta de respeto a las instituciones, cuerpos de seguridad, leyes distintas para unos que para otros (suena lejano y clasista pero es así) aún queda una generación que al ver a la autoridad respeta y atiende… otras nuevas de edades y lugares distintos… ¡NO! y lo que es peor… se sabe de muchos derechos pero de pocas obligaciones.

Un ejemplo lo tenemos en días pasados en las activistas que destrozaron un cuadro de Colón para protestar y reivindicar. ¿El qué? ¿Por qué? y con qué idea… NINGUNA y todo esto nos lleva a una conclusión. El ciudadano que contribuye, que paga impuestos y que acata vivir en una sociedad civilizada y con normas se ve desamparado y se le genera una desafección hacia todos los órdenes.

Instalados en una sensación inquietante: la de que el mundo se ha desviado de su rumbo y ya nadie sabe muy bien hacia dónde vamos. Las certezas se desmoronan, los discursos se repiten y la confianza se evapora. La sociedad observa, cada vez con más distancia, como los pilares que deberían sostener la democracia —la política, la justicia, la fiscalía y el periodismo— se diluyen en un mar de intereses, estrategias y silencios convenientes.

El ciudadano medio, que soporta el peso de los errores ajenos, se siente engañado. Ha aprendido que detrás de cada promesa hay un cálculo, detrás de cada gesto institucional una fotografía, y detrás de cada noticia una intención. La política ha sustituido la vocación de servicio por la estrategia del poder; la justicia, tantas veces lenta y desigual, genera más sospechas que respeto; la prensa, antaño refugio de la verdad, se ve hoy atrapada entre la inmediatez, la publicidad y la autocensura.

Esa mezcla ha producido un clima de desafección general. La gente ya no confía, no participa, ¿por qué? porque solo se escucha a los que chillan, rompen, patalean pero no a la mayoría silenciosa que solo está por trabajar para el bienestar y mantener a su familia; esta gente simplemente se aparta. Y esa apatía, que muchos interpretan como indiferencia, es en realidad una forma de defensa. La ciudadanía siente que el sistema le habla en un idioma ajeno, que las instituciones le pertenecen solo en el papel, y que la realidad se fabrica en despachos donde la ética apenas tiene asiento y reina la mentira, hoy día llamada “simplemente cambié de opinión”.

Pero lo más preocupante no es la deriva de las élites, sino la resignación de los demás. Porque cuando la sociedad se acostumbra al engaño, lo normaliza. Cuando deja de exigir, concede. Y cuando deja de creer, pierde su poder más valioso: cambiar las cosas.

El pueblo no pierde el sentido crítico, tampoco la conciencia cívica, pero sí pierde el concepto que dice aquello de todos somos iguales (ante la ley) artículo 14 de La Constitución (española) que deja huérfanos a la gran mayoría de los ciudadanos. Hablamos de España pero la realidad es que está pasando en todo el planeta.

La deriva del mundo no es un destino escrito: es una consecuencia. Y, como toda consecuencia, aún puede corregirse. ¿Cómo? Empezando por los grandes partidos, jueces, fiscales y prensa en aplicar el
sentido común de la calle, del ciudadano de a pie, del que cada día paga más impuestos y no ve mejoras, al que se le dice “hemos subido los salarios” pero que es ficticio porque cada día todo está más caro… incluidos los impuestos por los que pagan al subirles esos teóricos salarios.

De Canarias para el Mundo
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LGC