Desde la isla del meridiano, la reflexión que me gustaría compartir con ustedes hoy, no distingue entre si se vives en la Canarias capitalina o no, porque nace, en consonancia con la esencia de esta casa, con el mundo del deporte, y en este caso, del deporte rey, el fútbol.
Y no voy a hablar del socavón de juego, goles y resultados que está atravesando nuestro querido CD Tenerife, aunque creo que podría y que estaría autorizado para ello por mi condición de socio-accionista y mi número de abonado 1477, pero no, mi reflexión de hoy trata de la educación en el deporte y por extensión, en la vida.
Para mí ha sido un fin de semana muy futbolero en compañía de mi hijo, empezando el viernes con el equipo de cadetes al que entreno y después, el maltrecho partido del Tete, el sábado por la mañana jornada del juvenil y como colofón, el domingo, el gran clásico del fútbol español.
Hay que entender que el deporte es como la vida misma, competición. competición por una nota en un examen, la cual, puede ser contra ti mismo, o contra terceros por ser la mejor de la clase. Competición por un puesto de trabajo, o por hacer una gran carrera profesional, hasta incluso competición por llamar la atención del pibe, piba, pibo o lo que te guste o te deje de gustar, como dice nuestro querido director Iván Bonales, y lograr conquistar el corazón de esa persona que te atrae, es competición. Pero todas las competiciones han de ser sanas, dentro de una conducta respetuosa y limpia con las normas y reglas que nos marquemos para competir, sabiendo que puedes ganar, perder o empatar.
Casi todos esos minutos de fútbol los viví con el enano de la casa, y en varios de ellos, las muestras de agresividad e irrespetuosidad entre compañeros -como les digo yo a mis jugadores, compañeros de distintos equipos, pero compañeros al fin y al cabo- o por supuesto con el árbitro estuvieron presentes. A mi hijo le encanta el deporte en general, hace pádel, marcha atlética pero sobre todo, le encanta ver y practicar fútbol. Pero esta parte oscura que está presente en el deporte, produce un aprendizaje en él y en todos los niños. Un aprendizaje negativo por supuesto, y lejos de los valores y principios que tratamos de inculcarle desde el entorno familiar, fundamentados en un principio tan básico como universal, el respeto.
La imagen final de clásico del domingo es lamentable, mi hijo me preguntó ¿papá, porque se están peleando en el campo los del Madrid y los del Barça? 48 horas después… no he encontrado ninguna respuesta convincente que darle. ¿Alguna sugerencia?
Los adultos somos el espejo en el que nuestros hijos e hijas se miran, los deportistas de élite en muchos casos, son referentes de éxito para los pequeños, lo que implica que repitan e imiten todas nuestras conductas, y las suyas, tanto las buenas como las malas.
¿No es paradójico que aquellos que piden respeto por su raza, su color de piel o por vestir la camiseta del rival, muestren conductas agresivas en un terreno de juego con tanta audiencia? ¿no se dan cuenta que con sus actitudes fomentan e incitan esos comportamientos que después reprochan? Y lo que es peor, se las enseñan a los más pequeños, convirtiéndolos en los adultos a los que después, 15 años más tarde, le recriminarán sus malas formas en un campo ¿No encuentran la incoherencia entre lo que piden con palabras algunos futbolistas y lo que hacen con sus gestos y actitudes como las del domingo?
Eduquemos a la generaciones venideras, en el respeto y el cariño hacia uno mismo, y también hacia los demás, la libertad de una persona termina donde empieza la de los demás. Luchemos por una vida y por un deporte sano, limpio, justo, sin violencia, con sus alegrías y sus tristezas, pero siempre con honestidad y respeto hacia todos.
Desde el sur de Europa, el sur de España, el sur de Canarias. Desde El Hierro, con rigor.
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