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El editorial del domingo en La Gaceta de Canarias: ‘España, presión fiscal y sufrimiento para el ciudadano’

Siete años después de la llegada de Pedro Sánchez al poder España es un país diferente. No necesariamente más próspero, ni más estable. Sí más tensionado, más dividido y con una carga fiscal que asfixia a la clase media y a los pequeños empresarios.

La llamada “presión fiscal efectiva” —la que realmente soportan los ciudadanos— ha alcanzado máximos históricos, mientras los servicios públicos se deterioran y la deuda del Estado supera cifras récord.

En nombre de la justicia social, el Gobierno ha multiplicado los impuestos, creado nuevas figuras tributarias y elevado las cargas sobre el trabajo y el consumo. Los españoles pagan más por todo: energía, vivienda, combustible, sucesiones y hasta por ahorrar. El Estado se ha vuelto más grande, pero no más eficiente. Y en esa ecuación, el ciudadano es el gran perdedor.

Durante estos años, España ha pasado de ser un referente de estabilidad en Europa a un país en crisis política permanente, donde los pactos de supervivencia sustituyen a los proyectos de nación. La política fiscal se ha convertido en un instrumento de control más que de desarrollo, y la incertidumbre económica frena la inversión, el empleo y la confianza.

Mientras tanto, en el exterior, el peso de España se ha reducido. Nuestra voz en Bruselas y en el mundo es más débil, y el liderazgo que un día aspiró a representar el Gobierno socialista se ha diluido entre cesiones, conflictos territoriales y una estrategia basada en resistir a cualquier precio.

Pedro Sánchez ha demostrado una habilidad innegable para mantenerse en el poder. Su capacidad de maniobra, su dominio del relato y su frialdad política lo convierten en un caso único en la historia reciente. Pero la pregunta que flota en el aire es inevitable: ¿estamos ante un mentiroso profesional, un sobreviviente astuto o un superviviente político que se alimenta del caos que él mismo provoca?

A todo ello se suma la creciente especulación sobre un posible adelantamiento electoral. La erosión interna del Gobierno, el desgaste de sus alianzas y el clima social de hartazgo podrían precipitar un movimiento inesperado antes de lo previsto. Sánchez ha demostrado saber manejar los tiempos, pero también, que nada es definitivo cuando su permanencia depende del equilibrio más inestable.

España, entretanto, sigue esperando algo más que resistencia: espera liderazgo, coherencia y un rumbo claro. Porque un país no se sostiene solo con discursos ni con maniobras parlamentarias, sino con la confianza real de su gente. Y esa, hoy, parece más quebrada que nunca.

De Canarias para el mundo

LGC