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El monólogo de Pepe Moreno: 'Responsables sin responsabilidad'

Pepe Moreno en 'Políticamente incorrecto' de Atlántico TV.

El CD Tenerife ganó por la mínima y casi pidiendo la hora ante uno de los rivales de la parte baja de la clasificación. Sumó tres puntos más en su casillero y es líder en solitario. ¿Es suficiente? Parece que no. Fue la peor entrada en el estadio Heliodoro Rodríguez López, aunque también hay que reseñar que en Santa Cruz había un evento en las calles y que La Laguna conmemoraba la Noche en Blanco y eso también convocaba. Como decía mi padre, hay gente para todo y se vivía en todo su esplendor.

Y habrán escuchado y leído lo de José Luis ÁbalosEspaña, y no me llamen facha por utilizar esta palabra, se enfrenta actualmente a unas circunstancias que generan inquietud pública. El señor Ábalos ha ingresado en el centro penitenciario de Soto del Real, porque el juez ha considerado que existía riesgo de fuga. Y además se destaca que, ante dicha situación, Ábalos ha manifestado su preocupación por el bienestar de sus votantes, priorizando el interés público sobre aspectos personales. ¿Eso es lícito? Hemos de saber que el exministro y exsecretario de organización socialista es alguien particular. Enchufó en la administración a una supuesta “sobrina” que solo cobraba y no iba a trabajar, lo que nos lleva a pensar eso de cuántas existirán con una nómina institucional.

Ahora está en prisión preventiva, pero en muy pocos meses se celebrará su juicio. El año que viene tendrá ya una condena, que será firme al ser del Tribunal Supremo. Ábalos probablemente ya reconoce que su gran error fue no renunciar al escaño. Si lo hubiera hecho, su caso habría pasado del Tribunal Supremo a la Audiencia Nacional, donde los procesos suelen demorarse, como muestra el juicio contra los Pujol, iniciado once años después de la confesión del expresident.

El exministro y exsecretario de organización socialista ha ingresado con su ayudante, exasesor, chófer y todos los cargos que pueden añadirse a la cárcel. Koldo García, que así se llama el ínclito, no ha declarado nada ante el juez, porque se apuntó a esa prerrogativa. Este caso genera interrogantes sobre cómo las figuras públicas afrontan este tipo de circunstancias y sobre el impacto que estas situaciones pueden tener tanto en el ejercicio político como en la percepción social. ¿Alguien ha asumido alguna responsabilidad política o personal por ello?

Nadie asume nada, ni el que lo nombró ni los que les aplaudieron, ni política ni social, ya eso sí que es grave. Ni dimiten, ni dejan sus cargos, ni convocan las elecciones, ni se someten a una cuestión de confianza, ni le explican a los grupos parlamentarios qué es lo que está pasando, ni ná de ná. Nada. El silencio como estrategia. La inercia como método de gobierno. Y el presidente Sánchez dice que “no sabía nada”. ¿Puede un dirigente que tiene al CNI y a la UCO, con sus informes, decir eso?

Estamos en una sociedad que no pide muchas explicaciones porque nadie hace nada para responderlas. Nadie, insisto. Nos dice en El Hormiguero, en Antena 3, que son el programa más visto, con más de cuatro millones de espectadores únicos un día, pero a la hora de la verdad —no sé si ustedes se han fijado—, nunca están viendo el programa a los que llaman para darle unos seis mil euros en una tarjeta. Tienen que explicarles a los televidentes quiénes son los que están en el programa; le invitan a que sintonicen el canal y a que vean que le ponen el nombre en los faldones de ese programa. Y no todos responden a la pregunta que les hacen. ¿Eso hace verdad que sean el programa más visto del día? Es que nunca, repito, nunca, dan con alguien que esté viendo el programa. ¿De verdad eso certifica que “es el programa más visto del día”? ¿O certifica, más bien, que vivimos rodeados de métricas autocomplacientes y de audiencias que nadie parece dispuesto a cuestionar?

Decía el editorial de La Gaceta de Canarias ayer domingo que “Pedro Sánchez ha logrado algo que parecía imposible en un partido centenario: sustituir la ideología por la lealtad personal. Quien no asiente, sobra. Quien duda, desaparece. Y quien critica, queda fuera de foco. Así se explica un PSOE que perdió su alma en 2017 y nunca más la recuperó. Ferraz ya no es un templo, es un búnker”, fin de la cita y nosotros añadimos, eso es lo que hacen; una lealtad leguleya.

Se le acumulan los cargos imputados y las investigaciones a su mujer, Begoña Gómez. A los negocios que hizo, los cursos, los avales, los 100.000 euros del padre, las investigaciones sobre contratos. O los episodios de “pitufeo” con inmigrantes en ciertas tramas. No se le perdonan las amnistías políticas, los pactos con condenados por terrorismo, los gestos permanentes hacia Otegi. Las cuentas del partido para saber que no hubo financiación ilegal. Ellos, en el PSOE, siguen diciendo que “no es lo mismo”.

Al final, lo que asusta no es solo la sucesión de escándalos, sino la normalidad con la que se digieren. Hemos terminado por asumir que la política española —y también la canaria— funciona como un circuito cerrado donde las responsabilidades se diluyen y las explicaciones se escurren entre titulares. Que un ministro entre en prisión ya no provoca un terremoto; que la esposa del presidente acumule investigaciones ya no abre telediarios como antes; que un partido se reconfigure alrededor de una sola voluntad ya ni siquiera sorprende. Todo ocurre como si formara parte de un guion previsible, como si se esperara de nosotros que lo aceptemos sin rechistar.

Pero la ciudadanía no es un decorado. No basta con pedir confianza mientras se blindan silencios, ni exigir credibilidad cuando las instituciones parecen escribirse a sí mismas en notas al margen. A la gente hay que hablarle claro, asumir errores, explicar decisiones y demostrar con hechos —no con lealtades internas— que la política todavía sirve para algo más que sobrevivir.

Y quizá ese sea el punto clave: la distancia. Una distancia que crece cada día entre quienes gobiernan y quienes son gobernados; entre quienes toman decisiones y quienes viven sus consecuencias; entre quienes sostienen un relato y quienes sostienen un país. Esa brecha se ensancha no por ideologías, sino por prácticas: por no dimitir, por no aclarar, por no mirar de frente a los ciudadanos que pagan cada factura del sistema.

Termino con algo elemental: las instituciones no se sostienen con fidelidades internas, sino con confianza pública. Y esa confianza no se exige: se gana. Se gana explicando, asumiendo, rectificando y actuando con coherencia. Mientras eso no ocurra, seguiremos donde estamos: con un país que pide explicaciones y un poder que las evita; con una ciudadanía que cumple y una política que se escurre; con un Estado que presume de estabilidad mientras se tambalea por dentro.

Porque lo que está en juego no es el futuro de un partido, ni el destino de un dirigente, ni el titular del día. Lo que está en juego es algo mucho más simple y, al mismo tiempo, mucho más grande: que la política vuelva a estar a la altura de la gente.